"Paz, paz, paz... El mundo necesita paz"
Eso decía un antiguo profesor cada vez que leía mi nombre en una prueba. Lo musitaba como un jingle, en el preciso momento que recorría la distancia entre su escritorio y mi pupitre de asustada alumna universitaria de primer año.
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Esos segundos se hacían eternos -"¿rojo o no rojo?"- la distancia parecía extenderse el doble de lo normal -"¿paso el ramo o no paso el ramo?"- sus pasos parecían definir todo el transcurso del universo -"¿me atraso un año o no?-.
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No recuerdo clase o ramo alguno, en el que haya estado tan nerviosa como para aquellas sesiones de "Taller de Redacción". Cada tres veces por semana, cuando el horario marcaba los fatidicos dias y horas en que se dictaba el taller, se me hacía un nudo en el estomago, uff, para que decir de los minutos previos antes de entrar a la sala, me daba panico pensar que podría ser yo quien debiera leer la tarea enfrente de toda la clase ¡Qué verguenza! ¿Qué me irá a decir el profe?
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Un par de veces me tocó leer textos largos, pasé por el ojo crítico del profe sin pena ni gloria. Excepto una vez, fue la única oportunidad en que se nos permitió escribir sin ningún parametro, solo esa vez tuvimos permiso para ser antojadizos, dando rienda suelta a nuestros intereses. Escribí sobre la tristeza, sobre esa inmensa, profunda y desoladora sensación: la tristeza existencial...Sólo es vez tuve la completa aceptación del profesor, que se sintió conmovido por la intensidad de la descripción (creo que hasta llegó a sentirse identificado).
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Ahora, mirando hacia aquellos lejanos días, en donde mi vida era completamente distinta a la que ahora tengo... ¿Cúal es la moraleja de esta historia?
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Escribir con el corazón, escribir a partir de lo que hace mover cada centrímetro cuadrado de tu cuerpo, eso que causa el mágico fenómeno de hacer deslizar tu pluma por cualquier espacio vacío, carente de vida. Porque eso es escribir, escribir está intrinsecamente relacionado con el acto de dar vida.
Vamos a volver a escribir.
Voy a volver a vivir.
