Hace unas noches atrás soñé que me casaba...
No importa quien era el novio, lo importante son los hechos...
Era un helado día de lluvia, en Concepción. Estabamos en el living de mi casa, arrellanados en el sillón y regaloneando. De un momento a otro, sin pensarlo dos veces, decidimos que queríamos casarnos.
Y como si fuera la acción más cotidiana del día, nos levantamos del sillón para alistarnos y llevar a cabo nuestra boda. En el mismo living comencé a ponerme mi vestido -que al parecer fue producto de una generación espontanea-. Mientrás, él se había sentado de nuevo, porque -una vez más por generación espontanea- ya estaba totalmente listo, con su hermoso frac de novio. Me miraba con calma, como tratando de desentramar qué había en aquella delicadeza con la que nos vestimos las mujeres. Tenía sus codos en las rodillas y a ratos se tocaba la barbilla.
Aún no terminaba envolverme en los blancos tules de novia, cuando aparece mi Abuelita desesperada gritando: "Mijita, no. ¿Cómo se le ocurre cambiarse ropa aquí? ¿No ve que el novio la está mirando? ¡Eso es mala suerte mi hijita linda, vayase para arriba, ya!". Mire contrariada a mi Abuelita y subí las escaleras confundida. Llegué a la pieza con un sentimiento extraño ¿Y qué pasa si la mala suerte ya cayó sobre nosotros? ¿Qué pasa si lo nuestro no funciona? ¿Y qué pasa si terminamos separandonos? Esas ideas daban vuelta en mi cabeza, y en un segundo comprendí que no me importaba mucho. En realidad no estaba locamente enamorada, no me molestaba si él fuera un marido más (total, para algo se invento el divorcio).
Con ese pensamiento a cuestas, abrí el clóset para encerrarme en él. Al rato después, sentí voces, gritos que clamaban mi nombre... ¡me buscaban!, sin embargo no salí de mi encierro. Me quede vestida de blanco, encogida, abrazando mis piernas en un pequeño cubiculo atestado de ropa vieja y maloliente.
Nunca salí...y obviamente, nunca me casé.
No importa quien era el novio, lo importante son los hechos...

Era un helado día de lluvia, en Concepción. Estabamos en el living de mi casa, arrellanados en el sillón y regaloneando. De un momento a otro, sin pensarlo dos veces, decidimos que queríamos casarnos.
Y como si fuera la acción más cotidiana del día, nos levantamos del sillón para alistarnos y llevar a cabo nuestra boda. En el mismo living comencé a ponerme mi vestido -que al parecer fue producto de una generación espontanea-. Mientrás, él se había sentado de nuevo, porque -una vez más por generación espontanea- ya estaba totalmente listo, con su hermoso frac de novio. Me miraba con calma, como tratando de desentramar qué había en aquella delicadeza con la que nos vestimos las mujeres. Tenía sus codos en las rodillas y a ratos se tocaba la barbilla.
Aún no terminaba envolverme en los blancos tules de novia, cuando aparece mi Abuelita desesperada gritando: "Mijita, no. ¿Cómo se le ocurre cambiarse ropa aquí? ¿No ve que el novio la está mirando? ¡Eso es mala suerte mi hijita linda, vayase para arriba, ya!". Mire contrariada a mi Abuelita y subí las escaleras confundida. Llegué a la pieza con un sentimiento extraño ¿Y qué pasa si la mala suerte ya cayó sobre nosotros? ¿Qué pasa si lo nuestro no funciona? ¿Y qué pasa si terminamos separandonos? Esas ideas daban vuelta en mi cabeza, y en un segundo comprendí que no me importaba mucho. En realidad no estaba locamente enamorada, no me molestaba si él fuera un marido más (total, para algo se invento el divorcio).
Con ese pensamiento a cuestas, abrí el clóset para encerrarme en él. Al rato después, sentí voces, gritos que clamaban mi nombre... ¡me buscaban!, sin embargo no salí de mi encierro. Me quede vestida de blanco, encogida, abrazando mis piernas en un pequeño cubiculo atestado de ropa vieja y maloliente.
Nunca salí...y obviamente, nunca me casé.

1 comments:
:) raros y divertidos
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