Tenedores, cuchillos y copas sonaban al unísono con ese viejo vals. El mítico restaurant comenzaba a llenarse, mientras los camareros corrían entre las mesas: otra noche caótica, llena de comensales en busca de nostalgia amarillenta y con sabor a chilenidad.
Tomó mis manos sobre el mantel a cuadros y mirándome a los ojos -con esos grandes ojos negros- me hizo prometerle algo. Me dijo que yo debía estar en su lecho de muerte, que él ya tenía todo planificado, con una lista de personas que debían ir a visitarlo durante sus últimos suspiros terrenales, y que yo debía estar allí. Sin importar el cúando y el dónde.
Nadie podría haber rechazado tamaña responsabilidad, hubiera sido muy cruel.
Desde entonces, una parte de mí vive atemorizada.
Tomó mis manos sobre el mantel a cuadros y mirándome a los ojos -con esos grandes ojos negros- me hizo prometerle algo. Me dijo que yo debía estar en su lecho de muerte, que él ya tenía todo planificado, con una lista de personas que debían ir a visitarlo durante sus últimos suspiros terrenales, y que yo debía estar allí. Sin importar el cúando y el dónde.
Nadie podría haber rechazado tamaña responsabilidad, hubiera sido muy cruel.
Desde entonces, una parte de mí vive atemorizada.
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